Pueblo perdido by Zane Grey

Pueblo perdido by Zane Grey

autor:Zane Grey [Grey, Zane]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1952-09-03T16:00:00+00:00


8

Janey estaba sorprendida, sentía curiosidad al mismo tiempo resentimiento por la interrupción de aquel aislamiento. Desde luego, Bert no era mal chico… pero, encontrarle allí… cuando lo que ansiaba era continuar sola con Randolph…

Por entre los peñascos asomaron otros dos jinetes. Uno, era un indio que llevaba de la mano el ronzal de un caballo de carga; el otro era una mujer… ¡la señora Durland! ¡Algo increíble! Era la estampa de alguien inconcebible en aquel lugar. Si casi no la ahogara la irritación que sentía por la llegada de aquellos que consideraba como unos intrusos, Janey habría gritado con rabia. Los dos últimos jinetes llegaron por fin al campamento. El indio desmontó de un salto y comenzó a descargar el caballo de carga; Bert, apresurose a ir en ayuda de su madre. Bajarla del caballo no fue cosa fácil. Aquella mujer pesaba lo suyo y parecía entumecida en todo el cuerpo.

Gimiendo, exclamó:

—¡Gracias, hijo… gracias! ¿Hemos llegado por fin? ¡Gracias a Dios!

—Vamos, mamá… anímate… que no hay para tanto —respondió su hijo con tono que parecía querer ser ligero.

—¡Mis huesos! ¡Creo que tengo todo el cuerpo llagado! —gimió la madre mirando a su alrededor, prosiguió—: ¿Éste es el famoso campamento?

—Así es. Estamos en Beckyshibeta.

—Merece este nombre… no hay quien lo entienda. Pues como campamento no parece gran cosa. El señor Endicott afirmó que su hija estaba aquí con algunos amigos.

—Quizá sea éste el campamento de los guías. Daré una vuelta por ahí para ver si los encuentro. ¡Qué deseos tengo de ver a Janey!

—¡Bert! ¡El indio se marcha! ¡Detenlo!

—Mamá, que ya me ha dicho que iba a ver a su familia…

—¿Y si no regresa? ¿Y si no encontramos a Janey Endicott y sus compañeros? ¿Qué haremos en este lugar dejado de la mano de Dios? ¿En este agujero a más de trescientos kilómetros de un ferrocarril? ¡Esto es un desierto! ¡Un país salvaje… con indios pieles rojas! ¡Nos escalparán!

—¡Que no, mamá! ¡Que eso son historias pasadas! ¡Nadie te escalpara! ¡Puedes ofrecerles tu cabello sin cuidado alguno! Aquí el único a preocuparse soy yo…

—¿Cómo te atreves a decir esto? Por lo menos podrías darme las gracias por acompañarte hasta este lugar tan espantoso…

—Desde luego, mamá… perdóname. Lo lamento… comprendo que esta cabalgada ha sido algo dura… y ahora aquí no parece haber alojamiento alguno… es algo muy desagradable… francamente.

—¿Y quién tiene la culpa? —preguntó la señora Durland, mientras examinaba una piedra donde sentarse, queriendo sin duda cerciorarse que no había ninguna serpiente o bicho semejante, como seguramente le habían recomendado que hiciera.

Por fin y tras algunos gemidos, halló lugar adecuado para sus posaderas, mientras su hijo rezongaba:

—¿Culpa? Sin duda alguna tuya es… Bien, tendré que descargar esa maldita silla de montar…

—Conque la culpa es mía, ¿eh? ¡Desvergonzado! —chilló la madre, indignada—. Bien sabes que todo lo soporto por ti. ¡Para cazar a esa chiquilla insignificante! ¡Lo que he sufrido encima de ese caballo! ¿Y anoche? ¡Aquel alojamiento! ¡Sin pegar un ojo en toda la noche! ¿Y la insolación? Sin duda que me dará un ataque…

—Janey no es algo insignificante, mamá.



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